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1. 2. Evolución de la teoría del apego. Modelos mentales.



En un primer momento Bowlby (1969) hizo una descripción meramente

conductual; la necesidad aparece en ausencia del cuidador/a y la presencia de

éste/a hace desaparecer esa necesidad. En 1973 Bowlby sostuvo que la meta

del sistema de apego era mantener al cuidador accesible y receptivo y para

referirse a esto, utilizó el término disponibilidad. Posteriormente, Bowlby (1980)

incorporó la noción de que las experiencias con el cuidador, mediante una serie

de procesos cognitivos, dan lugar a modelos representacionales. Craik, (1943)

citado en Fonagy (2004) ya se había anticipado dando nombre a esta serie de

mecanismos cognitivos refiriéndose a ellos como Modelos de Funcionamiento

Interno.

En esta misma línea, entendemos que un sistema de apego alcanza el

objetivo cuando ofrece seguridad al niño. Por tanto desde esta perspectiva, la

respuesta sensible del cuidador es ya un primer organizador psíquico e implica

dos operaciones: conseguir acceso al estado mental del niño y atribuir

significado a ese estado mental (Girón, 2003). Para que el cuidador pueda

hacerlo debe tener un buen nivel de función reflexiva (Fonagy, 1999; Fonagy,

Leigh, Steele y cols., 1996). Pero este tipo de funcionamiento mental no sería

posible desde una lectura determinista de la investigación neurológica (Wylie y

Simon, 2004), lo que hemos de agradecer a Bowlby.

Apoyándonos en lo anterior creemos necesario una visión amplia donde

la plasticidad cerebral ocupa un papel importantísimo. Anteriormente la

neurobiología había dado pie a una posición que se ha dado en llamar



fatalismo neuronal (Cozolino, 2002). Dicho fatalismo consistía en concebir el

cerebro como una entidad relativamente estática, determinada por la

interacción de la pre-programación genética y las experiencias infantiles

tempranas (Cozolino, 2002). Desde esta posición sería imposible entender, por

ejemplo, que toda forma de terapia psicológica, sea cual sea la orientación

teórica desde la que se lleve a cabo, se basa en la noción de que los seres

humanos podemos modificar aspectos básicos de nuestro funcionamiento

mental, ya sean cognitivos, emocionales conductuales o relacionales (Botella,

2005; Girón, Rodríguez, Sánchez, 2003; Beck, Rush, Shaw y Emery, 1983).

Las investigaciones sobre plasticidad cerebral (Wylie y Simon, 2004;

Cozolino, 2002) han puesto en evidencia que durante los primeros años tiene

lugar un proceso de desarrollo cerebral único por su magnitud. Este proceso

resulta sumamente sensible a las condiciones ambientales y en particular a las

que dependen de la interconexión entre el niño y las figuras de apego (Botella,

2005). La evidencia que se desprende de las investigaciones sobre el efecto de

las relaciones de apego en el desarrollo mental, indica consistentemente que,

por ejemplo, el estrés y el trauma perjudican el desarrollo óptimo, mientras que

el apego seguro lo promueve (Schore, 2001).

Como comenta Botella (2005) la disposición innata a buscar protección

ante el peligro o amenaza es regulada en cada momento por los Modelos

Internos de Funcionamiento. El mismo Bowlby (1990, 1989) hizo referencia a

los mecanismos que subyacen la asociación causal entre el tipo de apego

infantil y las posteriores vinculaciones emocionales, los modelos

representacionales. Se trata de representaciones mentales generadas en la

primera infancia a partir de la interacción con los padres o cuidadores

principales e incluyen información sobre sí mismos, la figura de apego y la

relación entre ambos. Es decir, una idea de quiénes y cómo son sus figuras de

apego, y qué puede esperar de ellas. Una vez interiorizados por el niño los

modelos representacionales de su relación con las figuras de apego, estos

mismos modelos le van a servir de guía para el establecimiento de otras

relaciones significativas a lo largo de su vida (Bowlby, 1989).

Con este modelo representacional como base, niños y niñas y,

posteriormente adolescentes, se enfrentarán al resto de relaciones

interpersonales que establezcan constituyendo un buen predictor de la

conducta y competencia futura (Lafuente, 2000). Los modelos

representacionales internos que se forman en los niños, a partir de las primeras

respuestas significativas de sus cuidadores a sus necesidades de apego, van a

constituir el sistema con el cual el niño va a modelar su conducta, tanto ante si

mismo como ante los demás (Girón, 2003). Según Botella (2005) dado su

origen evolutivamente previo al lenguaje y a la maduración de las estructuras

neurológicas necesarias para la memoria explícita, tales modelos se codifican

en la memoria implícita.

En suma, puede afirmarse que las funciones primordiales de apego son:

a) Mantenimiento de la proximidad

b) Base segura desde la cual explorar el mundo

c) Refugio seguro en el que buscar consuelo y seguridad ante el peligro o

la amenaza.

Sobre los modelos representacionales Cook (2000) afirma que no son tan

internos. Este autor insiste en que la teoría del apego es una teoría sobre cómo

los procesos interpersonales afectan al desarrollo social y cognitivo.

Desde una perspectiva más integradora, el reconocimiento del papel

fundamental que juegan las experiencias provenientes de las relaciones de

apego en el desarrollo de la plasticidad cerebral, permite empezar a atisbar

posibles integraciones entre la investigación sobre apego infantil, apego adulto,

psicología evolutiva, neurociencias, psicopatología y teorías sistémicas de la

familia (Botella, 2005; Oliva, 2004; Girón, Rodríguez y Sánchez, 2003).



1.3. Estilos de apego. Vinculación afectiva.



En los primeros estudios naturalistas de Mary Ainsworth (1963) de los

Ganda en Uganda, encontró una información muy rica para el estudio de las

diferencias en la calidad de la relación madre-hijo y su influencia sobre la

formación del apego (citado en Oliva, 2004 y Del Barrio, 2002). Esta

información le llevó a identificar unos estilos de apego en la interacción madrehijo,

que reflejan las normas que determinan nuestras respuestas ante

situaciones que nos trastornan emocionalmente, es decir, nuestra forma

primordial de autorregulación emocional (Botella, 2005). Otro trabajo realizado

posteriormente confirmó estos datos (Bell y Ainsworth, 1972).

Unos años más tarde, Ainsworth y cols., (1978) diseñaron una situación

experimental, la Situación del Extraño, para examinar el equilibrio entre las

conductas de apego y de exploración, bajo condiciones de alto estrés. La

Situación del Extraño es una simple prueba de laboratorio para medir el apego,

en niños de 1-2 años. Consta de dos episodios de una breve separación entre

el niño y la persona que lo cuida. El objetivo era evaluar la manera en que los

niños utilizaban a los adultos como fuente de seguridad, desde la cual podían

explorar su ambiente; también la forma en que reaccionaban ante la presencia

de extraños, y sobretodo en los momentos de separación y de reunión con la

madre o cuidador.

En los resultados de la prueba, Ainsworth encontró claras diferencias

individuales en el comportamiento de los niños en esta situación. Estas

diferencias le permitieron describir tres patrones conductuales que eran

representativos de los distintos estilos de apego establecidos:

1. Apego seguro

2. Apego inseguro-evitativo

3. Apego inseguro ambivalente

En el apego seguro aparece ansiedad de separación y reaseguramiento

al volver a reunirse con el cuidador. Se interpreta como un Modelo de

Funcionamiento Interno caracterizado por la confianza en el cuidador, cuya

presencia le conforta (Fonagy, 2004). Las personas con estilo de apego seguro

son capaces de usar a sus cuidadores como una base segura cuando están

angustiados. Saben que los cuidadores estarán disponibles y que serán

sensibles y responsivos a sus necesidades. El estilo de apego seguro se ha

observado en un 55%-65% de niños en muestras no clínicas (Botella, 2005; Del

Barrio, 2002). Oliva (2004) cita la cifra del 65%-70% de los niños observados

en distintas investigaciones realizadas en los Estados Unidos.

Para Aizpuru (1994) un patrón óptimo de apego se debe a la sensibilidad

materna, la percepción adecuada, interpretación correcta y una respuesta

contingente y apropiada a las señales del niño que fortalecen interacciones

sincrónicas. Las características del cuidado materno en este caso son de

disponibilidad, receptividad, calidez y conexión (Botella, 2005).

En el apego inseguro-evitativo, la observación fue interpretada como si

el niño no tuviera confianza en la disponibilidad de la madre o cuidador

principal, mostrando poca ansiedad durante la separación y un claro desinterés

en el posterior reencuentro con la madre o cuidador. Incluso si la madre

buscaba el contacto, ellos rechazaban el acercamiento (Fonagy, 2004; Oliva,

2004). En la situación extraña los niños con estilo de apego evitativo no lloran

al separarse de la madre, sin embargo, hay evidencia de que se dan cambios

en su sistema nervioso notables en la aceleración del ritmo cardíaco y otras

alteraciones (Botella, 2005). Debido a su conducta independiente en la

Situación del Extraño y su reacción carente de emociones ante la madre,

podría interpretarse como una conducta saludable. Sin embargo, Ainsworth

intuyó que se trataba de niños con dificultades emocionales; su desapego era

semejante al mostrado por los niños que habían experimentado separaciones

dolorosas (citado en Oliva, 2004). El estilo de apego inseguro-evitativo se ha

observado en un 20%-30% de niños en muestras no clínicas. (Botella, 2005;

Oliva, 2004; Del Barrio, 2002).

Las características del cuidado materno en este caso son de rechazo,

rigidez, hostilidad y aversión del contacto (Botella, 2005). Respecto a las

conductas maternas, Aizpuru (1994) nos dice que las madres de niños con

estilo inseguro-evitativo pueden ser sobreestimulantes e intrusivas.

En el apego inseguro-ambivalente el niño muestra ansiedad de

separación pero no se tranquiliza al reunirse con la madre o cuidador, según

los observadores parece que el niño hace un intento de exagerar el afecto para

asegurarse la atención (Fonagy, 2004). Estos niños se mostraban tan

preocupados por la ausencia de la madre que apenas exploraban en la

Situación del Extraño. Sus respuestas emocionales iban desde la irritación, la

resistencia al contacto, el acercamiento y las conductas de mantenimiento de

contacto (Oliva, 2004). En este tipo de apego parece que la madre o cuidador,

está física y emocionalmente disponible sólo en ciertas ocasiones, lo que hace

al individuo más propenso a la ansiedad de separación y al temor de explorar el

mundo. Para Mikulincer (1998), es evidente un fuerte deseo de intimidad, pero

a la vez una sensación de inseguridad respecto a los demás. Este estilo de

apego se ha observado en un 5%-15% en niños de muestras no clínicas

(Botella, 2005; Del Barrio, 2002). Oliva (2004) nos da cifras del 10% en los

estudios realizados en los Estados Unidos. Sin embargo, Oliva también indica

que en estudios realizados en Israel y Japón se encuentran porcentajes más

altos.

Las características del cuidado materno en este caso son de

insensibilidad, intrusividad e inconsistencia (Botella, 2005). Se podría decir que

el rasgo que más define a estas madres es el no estar siempre disponibles. Sin

embargo, algunos estudios (Stevenson-Hinde y Shouldice, 1995; Isabella,

1993) han encontrado que en algunas circunstancias estas madres se

encuentran responsivas y sensibles, lo que podría indicar que son capaces de

interactuar positivamente con el niño cuando se encuentran emocionalmente

estables. En la misma línea Oliva (2004) destaca la actitud de las madres de

interferir durante la conducta exploratoria de los niños, este aspecto unido a

que en algunas ocasiones las madres se muestran responsivas y sensibles

podría aumentar la dependencia y falta de autonomía del niño. Esto puede

llegar a explicar la percepción que el niño puede llegar a tener del

comportamiento contradictorio de la madre. Cassidy y Berlin (1994) consideran

estas conductas como una estrategia, no necesariamente consciente, dirigida a

aumentar la dependencia del niño, asegurando su cercanía y utilizándola como

figura de apego.

Los tres estilos de apego descritos por Ainsworth han sido considerados

en la mayoría de las investigaciones sobre apego (Oliva, 2004; Main y Cassidy,

1988). Sin embargo otros autores han propuesto la existencia de un cuarto tipo

denominado desorganizado-desorientado que recoge muchas de las

características de los dos grupos de inseguro ya descritos y que inicialmente

eran considerados como inclasificables (Main y Solomon, 1986). Este tipo de

apego aparentemente mixto, se ha observado en un 80% de niños en

situaciones de maltrato o abuso (Botella, 2005). Se trata de niños que muestran

la mayor inseguridad y cuando se reúnen con la madre o el cuidador principal

tras la separación, muestran una variedad de conductas confusas y

contradictorias (Oliva, 2004). Como destaca Botella (2005) estos niños pasan

por una situación de colapso de sus estrategias conductuales.

El estilo de apego inseguro comporta un factor de riesgo en cuanto a la

manifestación de problemas psicológicos, mientras que el apego seguro

constituye un factor de resiliencia psicológica que fomenta el bienestar

emocional, la competencia social , el funcionamiento cognitivo y la capacidad

de superación frente a la adversidad (Siegel, 1999).

Bowlby fue el primero en examinar el rol que juegan los estilos de apego

en la experiencia de rabia y enfado. Según este autor, la rabia es una

respuesta funcional de protesta dirigida a otros, y aquellos con estilos de apego

inseguro logran transformar esta respuesta en otra que resulta disfuncional.

Mikulincer (1998) a este respecto concluyó que las personas con estilos de

apego seguro, presentan menos propensión a la rabia, expresan su enfado de

manera controlada, sin señales de hostilidad a otros y siempre buscan resolver

la situación una vez que están enfadados. Las personas con estilos de apego

ambivalente y evitativo tienen más propensión al enfado, caracterizándose por

metas destructivas, frecuentes episodios de enfado y otras emociones

negativas (Buchheim y Mergenthaler, 2000).



1.4. Desarrollo y determinantes en la seguridad del apego.



Según el modelo Bowlby-Ainsworth los determinantes de la seguridad de

apego pueden ser próximos o distantes. Los determinantes próximos son los

que influyen en la cualidad de la relación padres-hijo y abarcan, sobre todo, el

temperamento infantil y la sensibilidad de la madre. Los determinantes

distantes son los que influirán en el futuro (Fonagy, 2004). Por otra parte,

diferentes investigaciones sobre el temperamento infantil no consideran, el

temperamento como un poderoso determinante de la seguridad del apego

(Fonagy, 2004; Vaughn y Bost 1999). Vaughn y Bost concluyen una exhaustiva

revisión sobre el tema con estas palabras: “La seguridad del apego influye en el

temperamento cuando se trata de comprender la personalidad y/o para explicar

características de las acciones interpersonales” (p.218).

Se ha establecido que la conducta de apego encuentra su periodo álgido

entre los nueve meses y los tres años. A este punto referido, Griffin y

Bartholomew (1994) añaden que las formas de apego se desarrollan en forma

temprana y poseen alta probabilidad de mantenerse durante toda la vida. Esto

puede interpretarse también como un periodo crítico, puesto que la mayor parte

de las carencias de apego que pueden lastrar la conducta infantil posterior se

centra en estos años (Del Barrio, 2002; Winnicott, 1995; Bowlby, 1980).

El apego suele producirse respecto de la madre, pero puede ser

establecido con cualquier persona que haga sus veces, ya sea varón o mujer.

Si que existe una cierta unidad de criterio en que los cuidados maternales

contribuyen claramente a la seguridad del apego, especialmente la sensibilidad

materna y la tolerancia a la ansiedad (Fonagy, 2004; Del Barrio, 2002; Belsky

1999), aunque ésta no tenga una sólida base empírica como mantiene Fonagy

(2004). Sobre este punto referido, Oliva (2004) añade, basándose en un metaanálisis

realizado por Fox, Kimberly y Schafer (1991), que existe una clara

concordancia entre el tipo de apego que el niño establece con ambos

progenitores y no sólo con la madre. El mismo Oliva, da una posible explicación

de esta concordancia al sostener que la Situación del Extraño evalúa el modelo

interno activo que el niño ha elaborado a partir de su interacción con la madre o

la figura principal de apego.

De esta manera, en el estudio del niño y la conducta de apego nos

interesa sobre todo la interacción que se produce entre el niño y el adulto

responsable de la crianza. Esta relación se convierte en el primer ambiente o

clima emocional que vive el niño y que le introduce en el grupo familiar

(Fonagy, 2004; Hervás 2000; Main, 1996), y a través de éste, también en el

grupo social y cultural en el que la familia se desenvuelve (Del Barrio, 2002;

Musitu y Cava, 2001). La familia es el primer referente social, por lo que su

papel es esencial a la hora de configurar los esquemas que regularán la

interacción futura del niño con el entorno (Musitu y Cava, 2001; Trianes, 2002).

La importancia de las tareas evolutivas características de cada etapa

comienzan en los primeros meses, y tienen que ver con el establecimiento de

un buen lazo afectivo con los padres y la regulación biológica: interacción

madre-padre, formulación de una buena relación de apego, exploración,

experimentación y dominio del mundo del objeto (Trianes, 2002). Para

Winnicott (1995) el desarrollo emocional durante el primer año establece la

base de la salud mental en el individuo humano.

Unas buenas relaciones familiares pueden garantizar una adecuada

adaptación social, entendiendo que estas relaciones incluyen las de pareja, las

de padres e hijos y las de los hijos entre sí (Mikulincer y Florian, 1999). La

familia se considera un organismo en el que cada uno de sus elementos tiene

una función o rol con consecuencias en el conjunto global (Girón, Rodríguez y

Sánchez, 2003; Del Barrio, 2002; Minuchin, 1968). La familia ha sido

especialmente estudiada desde la teoría sistémica. Minuchin (1968) defiende

que no se pueden entender los problemas de un sujeto si no se atiende al

conjunto total de la dinámica familiar (citado en Del Barrio, 2002). Sobre la

importancia de la familia, Aizpuru (1994) menciona que el apego a la madre o

cuidador principal, es sólo uno, el primero de tres apegos verdaderos que

ocurren en la vida. El segundo sería en la adolescencia tardía, en la búsqueda

del segundo objeto, la pareja, y el tercero sería hacia el hijo o hijos.

Así entendida, la función del apego es garantizar la supervivencia en una

etapa temprana (Botella, 2005) como ya hemos citado antes. El aprendizaje de

las distintas intensidades de la reacción emocional y la interpretación de unos

elicitadores como agradables o desagradables se gesta en el periodo de apego

y a través de la persona de referencia (Del Barrio, 2002; Lafuente, 2000). En

consecuencia el apego se desarrolla como un modelo mental interno que

integra creencias acerca de sí mismo, otros y el mundo social en general y

juicios que afectan la formación y mantenimiento de las relaciones íntimas

durante toda la vida del individuo (Bowlby citado en Bourbeau, y cols., 1998).